Licaones, la sociedad secreta que cambió Grecia

Bajo las calles de la antigua y ruidosa capital helena se ocultan oscuros y misteriosos pasadizos que, según recientes investigaciones, podrían haber sido utilizados durante siglos por una enigmática sociedad secreta. Este grupo estaría vinculado a la tradición esotérica griega, y habría jugado un papel importante en la lucha por la independencia del país. ¿Sigue existiendo hoy esta hermandad? ¿Están algunos de sus miembros situados en puestos estatales?
Por Mario Menéndez
Atenas es hoy una ciudad cosmopolita y vibrante, en la línea de otras capitales europeas. Pero probablemente, muchos atenienses ignoran que bajo sus pies subyace otra Atenas, la secreta, una ciudad desconocida y misteriosa de la que no sabemos casi nada.
El espacio geográfico sobre el que se asienta el corazón de la urbe está compuesto principalmente de rocas calcáreas que, debido a la erosión del agua de lluvia durante miles de años, han visto nacer infinidad de cuevas y túneles. Éstos fueron modelados por frecuentes movimientos sísmicos en el Ática, hasta crear inmensas grutas que los primeros pobladores adaptaron a sus necesidades. Este gran espacio subterráneo era para la ciudad una especie de mundo paralelo que, a lo largo de la historia, ha servido como lugar de refugio, enterramiento, práctica de diversos cultos y de misteriosos rituales iniciáticos de los que apenas han llegado hasta nosotros algunos retazos.
Este era uno de los motivos que me llevaron hasta Grecia en mi último viaje: desentrañar algunos de los misterios mejor guardados de la capital helena. Para lograr mi propósito contaba con la inestimable ayuda del escritor y periodista Zanassis Yapiyakis, mi guía y colaborador por la capital griega. Todo un privilegio, pues Zanassis forma parte de la élite intelectual de Atenas.
A pesar de la existencia de esta «Atenas secreta», algunos especialistas consideran la cultura de la Grecia clásica como la antítesis del hermetismo. Sin embargo, los griegos fueron un pueblo eminentemente esotérico y toda su filosofía y sus principales logros científicos estuvieron impregnados del antiguo saber egipcio. Sus oráculos, sibilas y misterios iniciáticos influyeron de forma notable en la vida diaria. Una de las manifestaciones de este pensamiento esotérico podría haber salido a la luz en 1959. Aquel año se descubrieron en el puerto del Pireo varias estatuas de bronce que habían sido enterradas boca abajo; entre ellas destacaban una de la diosa Artemisa, otra de Atenea y un Apolo arcaico. Hoy pueden verse en el Museo Arqueológico del Pireo y, aunque a primera vista no se aprecie en ellas nada trascendente, la curiosa disposición en la que fueron halladas las pone en relación con una compleja historia cargada de magia que nos lleva hasta un pasado desconocido…
Como suele ocurrir a menudo, siempre hay alguien que sabe leer entre líneas y descubre algo extraño donde otros no han visto nada. Este es el caso del periodista griego Yianis Yiannopulos, quien ha realizado una polémica investigación que ha causado un gran revuelo en su país. Sus hallazgos se recogen en dos apasionantes libros que se han convertido en bestsellers y en un referente de los misterios de Grecia. En Acrópolis Oculta y en Atenas Secreta, Yiannópulos expone sorprendentes teorías. Muchas de las pistas de las que dispuso podrían haber salido del ámbito de la Asociación Arqueológica de Atenas pues, al parecer, hubo un misterioso informante (posiblemente un destacado arqueólogo) que permanece en el anonimato pero que habría facilitado a Yiannopulos las claves para iniciar su polémica investigación.
Entre las informaciones que Yiannopulos habría recibido de su misterioso informante de la Sociedad Arqueológica de Atenas estarían las memorias de un misterioso personaje, Mijalis (Miguel en griego) supuesto Gran Maestro de una enigmática sociedad secreta llamada «Los Licaones». El origen de este grupo se remontaría a la época clásica y su finalidad sería la de salvaguardar el patrimonio y el legado esotérico de la antigua tradición griega. El citado Mijalis sería uno de los últimos grandes maestros de los que se tendría constancia, y según sus memorias lideró la organización en el siglo XVIII. No sabemos gran cosa sobre cómo actuaba esta sociedad secreta, aunque según Yiannopulos habría evidencias de que durante la época de la ocupación turca utilizó los innumerables túneles secretos de la ciudad para esconderse y luchar contra el invasor.
PRODIGIOS BAJO EL PARTENÓN
Uno de los pasajes más sugerentes del «diario» de Mijalis narra cómo fue elegido –siendo ya un destacado licaón– para recibir las enseñanzas del entonces gran maestro y poder sucederle en un futuro. Tras mostrarle algunas entradas secretas a los subterráneos de Atenas, el viejo maestro llevó a Mijalis hasta el monte de la Acrópolis a través de otro acceso camuflado. Una vez bajo el mismísimo Partenón le condujo a una gran cámara resplandeciente, en la que había una piedra circular de la que manaba sin cesar un líquido misterioso. Según el maestro, este líquido poseía un poder mágico y transformador de la materia, que procedía de la bóveda celeste y llegaba hasta esa cámara por medio de rayos luminosos que se filtraban por algunos orificios tallados en la roca; estas propiedades eran conferidas al líquido mediante rituales esotéricos que Mijalis debía conocer para preservar dicho conocimiento.
En otra ocasión le llevó a una gruta situada en la periferia de Atenas, que habría sido morada de las míticas Nereidas. Allí Mijalis pudo ver varias estatuas que representaban deidades olímpicas. Daba la impresión de que sus ojos le miraban y parecían exhalar vida. Mijalis preguntó a su maestro sobre tal maravilla. El maestro contestó: «Estas estatuas son algunas de las que Pausanias describió en sus Áticas tras visitar la Acrópolis, y algún día volverán a salir a la luz para cumplir con el objetivo para el que fueron elaboradas. Si hubiera que esconderlas, deberán ser enterradas boca abajo para que mantengan parte de sus poderes y se puedan reactivar».
El maestro le explicó que las estatuas estaban realmente animadas y que habían adquirido estas características taumatúrgicas mediante un complejo ritual. Al parecer, y siempre siguiendo el diario del Licaón, en la antigua Grecia algunas estatuas seleccionadas por su perfección eran llevadas a un lugar secreto cargado de una corriente espiritual «insuflada» previamente por hierofantes. Después la estatua se impregnaba de los cuatro elementos: se colocaba sobre una base de arena (tierra), se «ahumaba» con incienso (fuego y aire) y se rociaba con agua conservada en cántaros ceremoniales (agua).
A continuación, el hierofante correspondiente al dios que representaba la estatua, ayudado por tres sacerdotes, realizaba la «apertura de la boca y de los ojos», mediante la imposición de sus manos sobre la estatua, generando la animación de la misma. El ritual se acompañaba de cantos y oraciones adecuadas para la ocasión. Cuando el proceso llegaba a su paroxismo con la respuesta de la estatua, los participantes entraban en un éxtasis místico. Según Mijalis, el hierofante principal adquiría la energía necesaria a través de un trance autoinducido, consiguiendo que descendiera sobre la estatua un rayo de luz celestial, y logrando así la unión de cielo y la tierra, tras lo cual la estatua se animaba y se cargaba de energía.
¿RELATO LEGENDARIO O HECHOS REALES?
Para nuestra mente actual, este relato suena a fantasía. Sin embargo, muchos indicios señalan que las civilizaciones antiguas pudieron poseer ciertos conocimientos que hoy se han perdido casi por completo. El problema con el que nos encontramos para desentrañar estos enigmas es que desconocemos los «sistemas» utilizados por aquellas gentes: técnicas introspectivas, ritos mágicos, elaboración e ingestión de sustancias psicotrópicas… Además, tampoco percibimos adecuadamente la dimensión anímico-religiosa que impregnaba sus creencias. Algo que, sin lugar a dudas, era un factor determinante para la activación de ciertas «energías» psicosomáticas que, tal y como ha demostrado la parapsicología en innumerables ocasiones, pueden llegar a transformar o alterar la realidad física ordinaria. Podríamos poner como ejemplo muchos fenómenos anómalos presenciados por numerosos testigos, en pleno siglo XX, durante las prácticas de rituales animistas de África y América del Sur, o bien en ciertos cultos orientales que implican prácticas de experimentación energética como el yoga tantra en la India y el chi kung en China. La expansión de las religiones monoteístas fue desmontando los arcaicos procedimientos que imbuían al hombre en su mundo espiritual. La tendencia escéptica y materialista de la actualidad, además de los avances científicos, también han conseguido solapar nuestro espacio psíquico interno.
Hoy nos resulta difícil asumir un escenario en el que la «magia» impregnaba la existencia diaria y no somos capaces de descubrir las claves esotéricas que manejaron las grandes culturas de la antigüedad.
Sobra decir que Yiannopulos no ha podido demostrar científicamente casi ninguno de sus insólitos datos. Sin embargo, ha dejado muchos interrogantes, y la sensación de que algo real subyace en este asunto… Por ejemplo, sabemos que Yiannopulos llegó a descubrir muchas de las entradas secretas al «inframundo» de Atenas y que, durante una de sus expediciones subterráneas, localizó en el interior del monte de la Acrópolis un antiguo templo de Apolo.
No podemos afirmar nada con rotundidad, pero tanto mi amigo Zanassis como yo hemos recorrido la ciudad tratando de verificar algunos de los datos de Yiannopulos, incluyendo los supuestos accesos a los túneles secretos, y hemos localizado varias de estas entradas que abrirían las puertas de la Atenas secreta. También hemos circunvalado, hasta donde nos fue permitido acceder, el monte de la Acrópolis y el conjunto del Partenón y del Ágora, realizando un metódico rastreo tras el que podemos asegurar, basándonos en diversas y elocuentes evidencias, que toda la zona se erigió en torno a una atalaya rocosa plagada de cuevas y antiguos pasadizos subterráneos.
Por otra parte, el hallazgo de las estatuas en el Pireo, y en especial su curiosa colocación boca abajo –que desconcertó en su día a los arqueólogos–, recuerda sospechosamente al relato de Mijalis y su maestro. Aunque esta historia parece, como ya hemos dicho, mera ficción, lo cierto es que el interés por ingenios y autómatas similares ha sido algo constante en distintas culturas y civilizaciones. Desde el antiguo Egipto, pasando por Bizancio, los golems de la tradición cabalística judía y los curiosos «mecanos» de la Edad Media europea y el Renacimiento, las menciones a este tipo de mecanismos «mágicos» son muy numerosas.
Incluso el propio Partenón podría haber sido concebido como una estructura viva de mármol blanco. Detrás de sus arquitectos, Ictinos y Kalicrates, se encontraba el célebre escultor Fidias, a quien algunos estudiosos califican de iniciado en los misterios del arte animado. Este insigne artista fue fiel amigo y colaborador de Pericles. Éste tuvo en su propia casa durante mucho tiempo al filósofo Anaxagoras de Clazomene, posiblemente otro iniciado, quien solía organizar en casa de Pericles largas tertulias en las que Fidias era un asiduo participante. El escultor se empapó del conocimiento y las ideas del filósofo y las incorporó a sus obras. Para Anaxagoras, la inteligencia contenida en «la mente ordenadora», el Nous, se manifestaba a través de la interacción de los elementos dentro de la materia. Esta «mente» era la fuerza que animaba todas las cosas.
Por desgracia, el paso del tiempo fue diluyendo aquel brillante pasado y sus conocimientos. Romanos, visigodos, bizantinos y turcos habrían diluido el conocimiento esotérico de la Grecia clásica. Aunque, quizá, este saber podría haber sobrevivido si las informaciones sobre «los Licaones» son ciertas. A día de hoy es imposible confirmar las afirmaciones vertidas por el investigador griego en sus libros. Sin embargo, su trabajo ha dejado tras de sí una buena serie de interrogantes: ¿Cómo consiguió Yiannopulos el permiso y la información necesaria para introducirse por los accesos que hay bajo la Acrópolis, algo totalmente prohibido? ¿Le apoyó algún miembro de la Sociedad Arqueológica con la intención de que esta información saliera a la luz? ¿Hay todavía hoy, tal y como sostienen algunos intelectuales, licaones en importantes puestos culturales del país?
La lucha por la libertad
En 1732, en plena ocupación turca, llegó a Grecia un jesuita llamado Frumont, apadrinado por el embajador de Francia en Constantinopla, Villeneuve, y el sultán turco de dicha ciudad. Tenía una extraña y terrible misión: borrar todos los restos arqueológicos que pudieran incitar a la«inmoralidad» y al heretismo y que hicieran referencia directa a los antiguos cultos griegos.
En 53 días, Frumont arrasó lo poco que quedaba en Esparta, extrayendo inscripciones antiguas, profanando tumbas y destrozando estatuas. Entre las cartas de Frumont conservadas, hay una dirigida a un tal P. Frené que narra los contactos entre el jesuita y el sultán para seguir trabajando en su nefasta labor de «purificación».
Pero en una ocasión, la resistencia griega interceptó el correo y acabó con los soldados turcos que lo transportaban. Estas cartas acabaron en manos de la sociedad secreta de «Los Licaones», que dirigía desde la sombra buena parte de los movimientos de la resistencia.
Enterados de los planes de Frumont, los licaones no podían consentir que el fanático jesuita siguiera con su cometido y decidieron atentar contra él. El plan se llevó a cabo y Frumont fue asesinado, golpe que los turcos atribuyeron a la resistencia.
Iglesias bizantinas de Atenas
Durante el periodo romano-bizantino, los cultos religiosos sufrieron una gran transformación en toda Grecia. Emperadores como Constancio II y Teodosio (siglo IV d.C.) aplicaron normas represoras para acabar con la antigua religión griega, que por aquel entonces ya comenzaba a considerase como pagana. La instauración del cristianismo como religión oficial en el Imperio Romano de Oriente supuso la clausura y destrucción de muchos de los pequeños templos que salpicaban Atenas.
La intolerancia y la represión comenzaron a hacer estragos y el legado artístico del periodo clásico fue destruido impunemente por una horda de nuevos fanáticos que, inducidos por los demagogos del emergente cristianismo, llegaron a saquear el Partenón en el año 429 y persiguieron y asesinaron a cientos de seguidores de los antiguos cultos y ritos helenos. Tal y como sucedía en otros lugares de Europa, sobre los templos consagrados a las deidades precristianas se comenzaron a erigir en Atenas pequeñas iglesias bizantinas que, con su presencia, abocaban a la población a convertirse a la nueva religión y de paso borraban de la historia el pasado pagano de la ciudad. Tal actividad continuó hasta los siglos XII y XIII, cuando estas construcciones adquirieron su típica ornamentación de estilo ortodoxo-bizantino, tan característica y exclusiva de Grecia.
Entre estas destacaríamos la iglesia de Panagia Theotokos Gorgoepikoos («la virgen que escucha rápido a quien le reza») anexa a la catedral, en pleno barrio de Monasteraki, sobre un espacio que estuvo, probablemente, consagrado a la diosa Atenea. En el Ágora griega, a los pies de la Acrópolis, descubrimos la iglesia de los Santos Apóstoles (Aghioi Apostoloi) construida sobre el Templo de las Ninfas; en ella se aprecia claramente cómo se reutilizaron muchas piezas del anterior monumento para levantar sus bases.
Finalmente, encontramos otro ejemplo de esta «suplantación» cristiana de lugares de culto paganos en la iglesia de Panaghia Kapnikareas, situada en mitad de la calle Ermou (Hermes). Este pequeño recinto fue levantado sobre un antiguo templo dedicado a Demeter, deidad muy importante para la celebración de los antiguos misterios iniciáticos de la cercana población de Eleusis.
¿Lo sabías?
El interés por ingenios mecánicos que aparentaban tener vida propia, los también llamados «autómatas», se remota a la antigüedad egipcia, y se perpetuó a lo largo de la historia en prácticamente todas las culturas. En el Antiguo Egipto había estatuas de dioses que despedían fuego por los ojos y otras que generaban sonidos cuando el sol las iluminaba con sus rayos. Algo similar ocurría en la Grecia clásica, donde el uso de autómatas se perfeccionó, existiendo en esa época algunos libros sobre la cuestión
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