Me deleitaba con su magnífico vuelo, poderoso y elegante. Surcaba el cielo sólo en el campo visual que permite ver mi ventana.
Cómo si supiera que yo le estaba mirando, el precioso halcón hacía cada vez más y más círculos. Llegó un momento en el que los ojos se me cerraron, ya no podía aguantar más. El sueño se apoderó de mi voluntad, y sin querer entré en la fase REM. Fase en la cual el sueño es profundo y duradero, en la que tu cuerpo astral se despega de tu cuerpo físico a toda velocidad para volar hasta la última de las estrellas; fase en la que tu cuerpo físico está indefenso, inmóvil e inerte. Pero la luz y el conocimiento inundan tu espíritu.
Una vez dormido, vi cómo el halcón dejó de hacer círculos para dirigirse en línea recta hacia mi ventana. Cómo si no tuviera cristal, la atravesó sin el menor esfuerzo y una vez dentro se transformó.
Pasó de ser un maravilloso halcón a un espectacular egipcio. Sus alas se transformaron en brazos, su patas en piernas, su cuerpo en una magnífica y amplia espalda, y su cabeza en el cráneo más bello que he visto jamás.
– Me llamo Horus – Me dijo – ¿Quieres saber?
No respondí a la pregunta imperiosa del egipcio, pues he aprendido a controlar mis impulsos. Emocional por naturaleza tiendo a decidir antes de pensar, pero he comprendido que antes de actuar hay que meditar, por lo que me tomé mi tiempo para contestar.
– ¿Quieres saber? – Volvió a preguntarme de nuevo en tono impositivo.
Esta vez no me quedaba más remedio que responder. Miré al cielo, miré mi cuerpo material tumbado en la cama, miré al bellísimo egipcio y dije:
– ¡Sí!, quiero saber.
Casi al mismo tiempo, me cogió de la mano y volamos hasta el cielo. Pasé la atmósfera, la estratosfera, la ionosfera, hasta llegar al espacio exterior.
Negro y a la vez luminoso no para de asombrarme el espacio. ¿Tiene que ser grandísimo? – Pienso siempre que me encuentro allí – pues con tantos soles la luz no consigue iluminarlo en su totalidad.
– Te voy a llevar al lugar donde eran llevados los antiguos Faraones egipcios.
Nos dirigíamos hacía la luna, pero la sobrepasamos. Dimos un pequeño giro como bordeándola y de repente apareció.
– “La luna negra”, la llamáis en la Tierra – Me dijo- Allí vamos.
Una gran nave espacial, totalmente circular casi de las mismas dimensiones de un planeta, orbitaba erguida detrás de la luna.
Toda ella era de color negro, pareciendo así estar camuflada bajo la sombra lunar.
No recuerdo cómo ni por dónde entramos en la misma, pero el hecho fue que sin darme cuenta estábamos dentro de una gran sala acristalada por la que se podían ver larguísimos pasillos surcados por entidades de distinto aspecto físico, para que nos entendamos, extraterrestres de diferentes sistemas solares.
– Mira estos dos sarcófagos – Me dijo.
Pude ver como en dos tubos medio metálicos medio acristalados se encontraban casi en forma vegetativa dos entidades de un cierto carisma.
Uno era hombre y la otra mujer, las diferencias en las facciones no dejaban lugar a dudas. Ambos de cabellos largos y blancos, vestidos con un túnica decorada con piedras preciosas desprendían un aíre de realeza y autoridad.
– Los conocéis como: “los dos testigos” – Continuó diciendo – Permanecen en estado de semi- inconsciencia para que sus espíritus puedan ayudar compenetrando a personajes en tu planeta. Los primeros faraones egipcios eran traídos aquí, y se les explicaba que las voces y visiones que oían pertenecían a estos dos personajes, que con su gran sacrificio consiguen que la raza terrícola evolucione más rápido.
– Los faraones, se tranquilizaban y comprendían que su sabiduría no era propia sino donada por los dioses. De ahí que los faraones dijeran que eran descendientes de las deidades – Continuó diciendo – Yo les enseñé la momificación y la construcción de los sarcófagos imitando así nuestro sistema. Para que también ellos pudieran utilizar su cuerpo astral más tiempo, al no descomponerse y ayudar a sus descendientes – Terminó de decir –
Demasiado conocimiento, pensé. Menos mal que las palabras venían acompasadas de imágenes del antiguo Egipto y como si de una película se tratase, mi cerebro las integraba en forma audio-visual.
El siguiente recuerdo de aquella noche que viene a mi mente, es verme de la mano de Horus fuera de la luna negra dirigiéndome de nuevo a la Tierra.
Imparables y a toda velocidad nos dirigíamos hacia el planeta.
– Vuestra generación está intentando solucionar el calentamiento de tu planeta sólo desde un punto de vista – Me dijo – Dejando de emitir menos CO2 al aire, no conseguiréis pararlo. Se os ha olvidado una de los motivos principales causante de la destrucción del planeta.
En mi mente se dibujaron grandes árboles milenarios, dragos, olmos, encinas, poblaban el planeta sin dejar casi espacio entre ellos.
Sus raíces se extendían gruesas y firmes hacia el subsuelo, agujereándolo y provocando así un continuo efecto de refrigeración del manto terrestre.
Nuestro núcleo terrestre, incandescente, ardía provocando grandes ríos de lava que subían hasta la superficie en forma de volcanes y geiseres. Pero gracias a las grandes raíces esos canales de lava intra-terrestres eran enfriados por la porosidad de la tierra.
– Ahora repobláis con árboles de raíces pequeñas, por lo que no consiguen darle al subsuelo el suficiente oxigeno, volviéndose este compacto y rígido – Terminó de decir.
El despertador acabó de golpe con mi fantástico sueño. Sólo me consolaba el recuerdo del bellísimo egipcio y la esperanza de que dentro de poco, todos seremos tan sabios como él.
No hay marcha atrás, sólo se puede evolucionar. Nuestra raza ha hecho muchas cosas mal, pero somos el resultado de nuestra evolución espiritual.
Estos seres, Horus, Ra, Isis, etc.. Nos llevan siglos de evolución, o lo que es lo mismo de reencarnaciones. Estoy seguro que también ellos destruyeron por su ignorancia muchos planetas que habitaban. Pero gracias a la reencarnación han conseguido evolucionar los suficiente como para podernos ayudar a nosotros.
No lo dudéis, todo lo que hacemos mal, es por ignorancia. El cortar, masacrar y talar árboles, el construir viviendas de lujo en su lugar, y el compensar la pérdida de esos árboles milenarios por cuatro pinos de mala calidad. A eso no se le llama especular con el suelo; enriquecerse a costa de la naturaleza y de los demás, ser ambicioso y avaricioso. A eso se le llama ser ignorante.